Viacrucis Viviente, miles lo hicieron suyo en Durango


Un esfuerzo indiscutible entre autoridades municipales y representantes de la Iglesia Católica local, resultó en una vivencia de la Pasión de Cristo que rescata tradiciones duranguenses.
El Sol no apremiaba como lo hizo el resto de la semana. Recién rebasadas las 10:00 horas de este Viernes Santo, la gente caminaba ya hacia la Explanada del Arzobispado, de donde saldría la procesión del Viacrucis Viviente, actividad que marca el inicio de la culminación de la Semana Mayor en la Ciudad de Durango.
Fue evidente el esfuerzo coordinado entre el Templo de San Agustín y el Gobierno Municipal; el Presidente Esteban Villegas llegó temprano para acompañar al Arzobispo Héctor González Martínez y Lauro Arce, director del Instituto Municipal de Arte y Cultura, recorría una y otra vez el punto de salida, para asegurarse que todo estuviera en orden.
Desde temprana hora se pudo apreciar a elementos de vialidad y de protección civil, alrededor de 60, haciendo recorridos, redirigiendo tráfico, orientando gente y estableciendo puntos de hidratación a lo largo del camino que se extendería hasta el Teatro del Calvario.
Los primeros minutos de las 11:00 horas atestiguaron las palabras de bienvenida externadas por el Arzobispo, quien recordó a los feligreses y visitantes foráneos que “toda nuestra vida es un Viacrucis; y tal como lo hizo Jesús, debemos seguir sus pasos a Dios Padre”.
Cien artistas se prepararon por semanas para interpretar los roles que harían a la gente vivir esta tradición religiosa que replica lo sucedido hace casi ya 2 mil años. Su convicción y compromiso era incuestionable. Los Hermanos de Nuestro Señor de San Agustín se presentan por los cientos; formarían una valla de color púrpura que marcaría el camino a recorrer.
¡Muevan a esta gente! ¡Abran paso al prisionero! Fueron las líneas que dieron paso a la procesión, que siguieron a cada paso por el Presidente Esteban, el Arzobispo y a la que momentos después se incorporaría el Gobernador Jorge Herrera Caldera.
Delgadas nubes luchaban contra el Sol para acentuar los tonos grisáceos propios de un día de luto. La procesión avanzó hacía el Museo de la Ciudad 450. “Júzguelo ustedes bajo sus propias leyes”, gritó quien diera vida a Pilatos esa mañana, desde el balcón esquinado en Avenida 20 de Noviembre y Calle Francisco I. Madero.
Murmullos y risas nerviosas envolvieron la actuación de Barrabás, quien luego de ser liberado por el pueblo, en lugar de Jesús, consumaba la condena injusta a morir en la Cruz, del Mesías.
Los puntos de hidratación se hallaban contiguos y cercanos, completamente operacionales y listos para recibir a los miles que seguían sumándose a la procesión, y caminaban ya a la siguiente estación frente al Atrio de la Catedral Basílica de Durango.
Al medio día, eran ya ríos de gente los que fluían por la avenida principal de nuestra ciudad, al tiempo que los elementos de protección civil suavizaban con direcciones, los gritos de los centuriones que arrastraban a quien cargaba la Cruz.
La siguiente estación se asentó frente al Teatro Ricardo Castro; Jesús cayó bajo el peso de la Cruz y el Cirineo es obligado a sumarse al esfuerzo del nazareno. María, la madre del Ungido, se acerca para clarearle la cara de la sangre que, sentenciosa, viajaba hasta su regazo.
El Sol había ganado la cruzada contra el velo de nubes grises que supervisaba a los caminantes, y nuestra galáctica estrella pellizcaba ya la piel de quien se encontraba desprotegido por una sombrilla; y el río de gente seguía creciendo. El Templo de San Agustín atestigua la segunda caída de Jesús.
La última estación ya está a la vista y los gritos de los centuriones no cesan, Jesús cae por tercera vez y los feligreses se internan aún más en la emoción que envuelve su fe. El Teatro del Calvario recibe a quienes, por cientos, se encuentran con dos cruces dispuestas, erguidas, y a una tercera a nivel de piedra, donde Jesús sería crucificado.
El trabajo arduo de los artistas y voluntarios, las dependencias gubernamentales y de quienes no sucumbieron ante el Sol, llega a su cúspide: el Rey de los Judíos es crucificado y muere, despertando la rabia de la Tierra que sacudiría a más de uno de sus agresores.
Un silencio de minutos impera entre los espectadores.
Un ángel aparece en la parte alta del teatro y tres mujeres gritan " el sepulcro del señor está vacío". Imponente, glorioso y con el Sol a espaldas, emerge quien actuara el papel de Jesús. La música ambiental se intensifica antes de desvanecerse y un escalofrío generalizado inunda las caras de los caminantes, justo antes de escuchar el grito:
¡Jesús ha resucitado!